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Desde que de una porción de años atrás cruzaba una y mil veces el término municipal de Liñola, ha llovido bastante y han crecido no poco los chopos, álamos y sauces que bordean las acequias de riego que fertilizan el país, no menos que los olmos que festonean su carretera.

Desde aquel entonces se han cegado unos cuantos silos de aquel famoso sitjar que desde el Tossalet del Massot hasta la Creueta dels Olivers cubre el camino de Lérida, pero de un modo especial, esto es, diríase que en un tiempo muy lejano quedó extendida una capa de tierra muy fina en toda la extensión de tierra antedicha, y que, poco a poco, el desgaste producido por las roderas de los carros que por allí transitan o han transitado, han abierto surco en el sauló o tierra movediza. Eso debió venir de aquellos tiempos, cuando en la Edad Media se practicaron los silos para guardar el trigo y demás cereales, para protegerlos de las incursiones de los moros, quedando así fresco y acondicionado y ya desde entonces vinculado a la propiedad de este o aquel propietario.

Desde aquel entonces han venido cambiando los cultivos de dicho término municipal, desde que muchos años atrás, el Señorito del Colell fue adquiriendo grandes extensiones de terreno, para desecarlo y convertirlo luego en fertilísima tierra productora de alfalfa.

Cambiaron los cultivos, quedó desecada y saneada la tierra, pero quedó en ella una raicilla abundante, la productora de la manzanilla oficial romana, camamilla oficial, noble, común, y otros nombres con que se designa en los tratados de botánica.

De esa camamilla de Liñola quiero hacer un elogio fervoroso. Desde que por allá al 1890 llegaron a mis manos unas etiquetas con que la envasara el que después fue farmacéutico de Barcelona don Ramón Sol y Roigé, desde que el propietario don José Antonio Tarragó y Gelabert obtuviera con ella un premio en París y desde que en Madrid se hizo general su uso gracias a los frecuentes envíos que de ella hiciera el señor Tarragó a los señores Castelar, López Domínguez y otros políticos de talla; desde que se convirtió en su constante corredor un sujeto apodado «Cibidet», en fin, desde que en 1846 consignara Madoz en su famoso Diccionario geográfico que la «camamilla de Liñola es de la mejor calidad».

¿De dónde sale la camamilla, esa flor universalmente conocida? Sencillamente, de entre abundante vegetación se acusan unas florecillas blancas y amarillas que, puestas en infusión, producen un cordial. Se disfraza su gusto con una adición de hierba luisa.

La flor de la manzanilla la recolectan las mujeres del pueblo a razón de doce kilos diarios; las mujeres madrugadoras antes de que pique el sol sacan su jornal. Esa flor recolectada requiere sus cuidados, que son la desecación, y de ese modo se expende en el mercado. Unos años con otros produce mil duros limpios.

Digamos finalmente que la producción de manzanilla es muy abundante en años de grandes lluvias, y que la mejor sale de las partidas llamadas del Pla de la Font y de la Canalada.

Un recuerdo quiero dedicar a les Pasteres o sea al bello escenario infantil que iba de la Pleta del Galcerán hasta les Pasteres, o sea en el punto donde se manipulaba la cendra de parrella, cuando la tierra del término de Liñola estaba saturada de esas matas de hierba nombradas salats, y se eleboraba la cendra que servía de materia prima para la confección del jabón y otros usos domésticos.

A otra planta propia de tierras salobres he de referirme, y es la conocida con el nombre de Glop-de-neu.

Conocida en Liñola con las siguientes particularidades. Estaba en una vía contemplando cómo una mujer recogía fanosamente hierbas para sus conejos, cuando advertido que guardaba avaramente unas y rechazaba las más que llenaban el bancal, hube de advertírselo y entonces, cruzada de brazos, oí de su boca estas palabras:

—Sepa usted que esa flor que tanto abunda, y que yo rechazo, no sirve para el caso, puesto que es una flor maldecida y en su virtud no la comen las bestias, a consecuencia de que quiso ser tan blanca como la Madre de Dios.

Ese sencillamente es el sentir popular. Con estas o parecidas palabras lo conté en Lo Teatro Regional a los pocos días, y no pasaron muchos cuando el inmortal poeta mossén Jacinto Verdaguer dió pruebas de habérsela apropiado.

Fue así. Se preparaban en Balaguer unas fiestas en honor de su famoso Santo Cristo y fuí invitado a dar lectura de una poesía de Verdaguer, como homenaje al poeta que había escrito el himno Del cel blau per la drecera. Solicité del poeta la consabida poesía, y, ni corto ni perezoso, Verdaguer me puso estas líneas: «Amic Valeri: Veus aquí la poesieta que m’inspira lo Glop-de-neu de què vós me parlàreu. Com aquí és conseguda farà més efecte que no faria ací. Si de les que he publicades vos ne plau una de mellor, disposau-ne».

Como en todas las cartas de este tiempo, aprovechaba la ocasión Verdaguer para preguntar notas de botánica, y en esta carta de que hablo, escrita del 15 al 20 de agosto de 1900, ponía esta nota: «Si algú us diu lo nom científic de Glop-de-neu, notau-lo.»

Poco tiempo después apareció la poesía, donde decía sencillamente:

Glop-de-Neu

Ara vegeu!

del Glop-de-neu

la flor petita i ranca

volia ser tan blanca

com la Mare de Déu!

Enrere, flor superba,

lluny de mi!—

digué Nostre Senyor:

Val més que tu el bri d’herba

que el bestiar boví

trepitja en son camí.

I aquesta pobra flor

perdé l’olor!

La rosa fugí d’ella,

lo repunsó, també,

i l’ardenta rosella

li digué:

m’estim més per veïna

la pota cavallina.

I aquella pobra flor

perdé el color!

Abans era molt útil,

mes ara ja no ho és

per res.

Si un dia era tendrívola,

ja se la menja el sol,

si abans era mengívola,

si el bestiar la vol.

Valeri Serra i Boldú, «Camamilla de Liñola», La Vanguardia, 20 d’octubre de 1935, p. 7.

Foto: Marta Benavides

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